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Algunos Lineamientos
Doctrinales |
De
la realidad que acabamos de esbozar surge la necesidad de
reflexionar a la luz de la Palabra de Dios para así poder dar
respuesta a las necesidades del inmigrante que por lo general
está en movilidad, transformar su realidad conforme a los
criterios evangélicos que son palabras de Vida.
Ahora
bien esta realidad, constituye asimismo un desafío para nuestra
Iglesia y porque no decir también, para esta sociedad en la que
vivimos. Y puesto que somos cristianos tenemos que estar atentos
a la voz del Espíritu Santo que está en nuestros corazones y
asumir compromisos concretos siguiendo las palabras del Señor:
“Era forastero y me acogiste” (Mt. 25, 43).
Por tanto,. es
responsabilidad de la Iglesia que se fundamenta en la Revelación
Divina, dar respuesta a las necesidades de los inmigrantes que
por diversas causas viven desplazados y marginados, separados de
sus familiares y en una situación psicológicas de carencia
afectiva y emocional.
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Ya en el Antiguo
Testamento vemos a Dios, pidiendo para el emigrante y extranjero
un trato digno y de especial consideración. No
olvidemos que los inmigrantes constituyen junto con los
huérfanos y las viudas el mundo de los marginados en Israel. Y
sabemos también que Israel conoce en su propia carne la
experiencia de la emigración “Conocen la suerte del emigrante,
porque emigrantes fueron” (Ex. 23, 9).
Asimismo vemos en
sus normas de comportamiento que Israel tiene clara la
prohibición de oprimir, explotar y defraudar el derecho del
emigrante: “No oprimirás al emigrante” (Lev. 19,34); “No lo
explotaras” (Det. 23, 16); Maldito quien defrauda sus derechos
al emigrante" (Det. 27, 19). Paralelo a estas actitudes busca
actitudes positivas. de amor, de solidaridad, de compartir, de
preocuparse por las necesidades de ellos: “Lo amarás como a tí
mismo" (Lev. 19, 34); “Cuando cortes el trigo en tu campo, si te
cae alguna gavilla, no volverás a recogerla, sino que quedará
para el emigrante, el huérfano y la viuda" (Dt.24, 19); Esta es
la tierra que se repartirán a suerte de propiedad hereditaria,
incluyendo a los emigrantes que residen entre ustedes" (Ez.
47,21-22). |
En
el Nuevo Testamento vemos que Jesús el Señor, levanta al
extranjero a signo de la acogida de su Reino y se identifica
con los más pequeños poniendo el acento en la acogida y en la
fraternidad como sentido último de la existencia y en la
necesidad de la caridad fraterna: “ Fui extranjero y me
acogiste” (Mt. 25, 35).
Jesús
el Señor anuncia también el Reino para todos sin exclusiones,
sin embargo lo apreciamos misericordioso compasivo con los
paganos y extranjeros sobre todo en las curaciones que realiza:
la mujer Sirofenicia (Mc. 7, 24-30); con el centurión (Mt. 8,
5-10).
Vemos pues que como
toda la acción pastoral de la Iglesia, también la pastoral de
los inmigrantes tiene que tener su fuente en “la gracia de
Nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión
del Espíritu Santo" (2 Cor. 13, 13).
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No olvidemos que el
Concilio Vaticano ll invita a la Iglesia a asumir, a hacer
propios, los gozos y esperanzas, las tristezas y las angustias,
sobre todo de los marginados y de los que más sufren (GS. 1).
Igualmente Juan
Pablo ll nos habla como debe ser el comportamiento de la iglesia
respecto a las familias de los inmigrantes: “Las familias de los
inmigrantes, especialmente cuando se trata de trabajadores y
campesinos, deben poder encontrar en todas partes en la Iglesia
su propia patria...” FC. 77.
Por tanto nuestra
Iglesia debe ser fiel a la solidaridad de Jesús, nuestro Señor
que se expresa en la parábola del Buen Samaritano y expresados
en tantos gestos suyos, que expresan el misterio de su
encarnación pasión y muerte para solidarizarse con la suerte de
los hombres y mujeres en El, que es Vida.
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La
Iglesia, en su caminar junto a los inmigrantes, encuentra muchos
hombres y mujeres que se encuentran solos, desarraigados de sus
familias, con carencias afectivas, muchos de ellos caídos por
los efectos del alcohol, las drogas, la pornografía y la
prostitución, muchos de ellos maltratados, enfermos, explotados,
otros enfermos a consecuencia del uso indiscriminado en el
trabajo de pesticidas, fungicidas, fertilizantes y otros
químicos que dañan seriamente la salud del pueblo de Dios, pero
la Iglesia no puede pasar de largo: quiere y debe detenerse y
animarlos, levantarlos, devolverles su dignidad, volverlos a la
vida. Para hacer efectiva esta solidaridad, nuestra Iglesia
necesita de la generosidad, del vigor y la audacia de tantos
hombres y mujeres jóvenes para que con ellos, podamos
crear situaciones nuevas de solidaridad, fraternidad y de
servicio.
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